La familia es nuestro hábitat natural, primera comunidad de vida, espacio de encuentro, fuente de seguridad, identidad y propósito. Nos desarrolla y humaniza como ninguna otra institución. Por ello hay que cuidarla.

En el WCF XIV en CDMX afirmamos con realismo que no hay familias perfectas; las hay más o menos funcionales. No son ajenas al conflicto y al sufrimiento. Un sin número de desafíos y anhelos, de circunstancias internas y externas, ponen a prueba a sus integrantes día a día, para las cuales normalmente no estamos suficientemente preparados. Por ello hay que acompañarlas.

La estructura y dinámica particulares de cada familia propiciarán las condiciones, el clima que favorecerá en mayor o menor grado el florecimiento de sus miembros, a partir de las capacidades y virtudes de cada uno, en relación con los demás.

En el CIFAM en Guadalajara celebramos con esperanza que ¡todas las familias pueden ser mejores! Reflexionamos que cada familia es una red única de vínculos -como una huella digital- cuyas propiedades definen su modo de acoger, apoyar, e impulsar a sus integrantes, que puede ser capaz de llevarlos a una vida buena y plena, y de ofrecer una contribución social insustituible.

Al llegar a Yucatán nos encontramos con la inquietud de mantenerlo seguro ante la permeabilidad de sus fronteras. En contraste, escuchamos la preocupación por el individualismo, la falta de compromiso y presencia, la desintegración y la violencia intrafamiliar.

Solo la familia en la que se establecen relaciones de respeto, de reconocimiento y aprecio, de cooperación y apoyo, de confianza y cariño, relaciones basadas en el amor mutuo, es capaz de ofrecer a sus integrantes las condiciones que necesitan para su desarrollo y a toda sociedad el ambiente que anhela. Si queremos paz hay que buscarla y construirla en las familias. La armonía familiar es el nuevo nombre de la paz.